lunes, 20 de septiembre de 2010

Sobre la novela homónima

15/10/2008

Los invertebrables

Por P Z O. G.


los invertebrables
Qué pólvora he descubierto para escribir sobre una nouvelle publicada hace cinco años. Ninguna, y peor, no existe tal alquimia de promesa explosiva, al menos, en la literatura que –ni baja, ni alta- reconoce acercamientos esquivos desde coordenadas espaciales o futuristas, provenientes más de los tiempos evocados que por los anticipos de baraja. Los invertebrables de Oliverio Coelho fuga, sin ser esquiva, a la retención mnemotécnica del correcto decir de un lector preformado (construcción en seco, hachazo en moluscos de una ría infecta de banalidades). Habrá quien, al advertir la fecha de edición (2003), suponga que su escritura fue en plena crisis devaluatoria signada por la volatilidad de las figuras presidenciales. Momento difícil de recordar íntegramente, pero histórico por secuelas inconmovibles: definitiva, dejó el magma de la miseria invadiéndolo todo, lenta, tenazmente.
Cualquier docente literario parte del supuesto fabril: quien “sabe” leer puede escribir. Malentendido procaz que sutura las heridas de una conciencia divertida y replegada en un microclima de condiciones estequiométricas, de talleristas capaces de revocar historias, buenas, malas, azuzando temores y vahos de conciencia. Hay, por esto y otras cuestiones no menos laberínticas, un Otro Lado. ¿Cómo lo sabemos leyendo? Por la primera persona que lleva la velocidad del paseo, impúdicamente, levantando el velo tras el que palpita ese ego inflamado e hiperdiscursivo. Es quien escribe, declama, corrige, edita y da a la cuenta: ¿con qué saldará la deuda de lectura que cada página invoca? Con más de sí en la especulación de ese alrededor donde se construyen las limitaciones. El sujeto narrativo (porque es su sed la de Bouvard y Pécuchet) comete excesos en la sucesión digresiva, sin fórmula física, guareciendo la máquina con la que pule el prisma para hacerlo amable y complicarnos. Los impedimentos de la tríada: el malforme, la ceguera, la parálisis, hacen al espíritu que no comulga con lo contiguo más que en una lucha lógica por exceso. La endogamia reproduce en cada frase, en cada selección cuidadosa de la terminología, un saber que nos es común y falaz. ¿Dónde está el engaño sino en el ansia por la trascendencia? ¿Son dignos esos sujetos de una supervivencia a la mutación del tiempo? Entonces, ¿de qué temporalidad nos embebemos? Porque la lectura se moja y embarra, entorpece el recorrido para conmutar la pena del sentido. Si hay un alma, es contigua, está en la otredad del Otro Lado, en el espacio dividido en dos, en tres, en todas las posibilidades por las que se multiplica la reflexión sobre un probable.

Oliverio Coelho siembra ciertos monstruos vegetales y carnívoros, deja que aniden. Decepción de Samsa al notarse algo distinto a una condena literaria remisa a excelencias. Por fuera (por dentro ocurre otro devaneo) quien enuncia muta, aún así, sutil y coherente, mantiene la grafía en el estilo. Las características del disfraz del personaje decaen, se hacen otras muy distintas, y sin embargo, y sin… Es el saber que asiste a la componenda en un libro que nunca se abre, caja de cenizas respetables capaz de reclamar la adoración absoluta, perdiéndose en el laberinto de la única salida, la del trayecto hacia el sacrificio, pérdida, sin otra reencarnación que la inmutabilidad de los caracteres. Hay fuego como en Goya, pero carente de vuelo, entre esos restos del último momento en que claudica la integridad post humana. El lenguaje sigue en procesión infinita sin nosotros, sin personajes ni historia. Como momento de suspensión y promesa, se trata de una idea columpiándose por encima de toda razón, evitando responsables únicos. Y ahí el escriba, el insomne atravesado por el metrónomo de la decadencia física. Va la lengua de un espectro al otro, de lo posible al defecto de la continuidad humana, que no es abismo sino inutilidad, lujuria quieta o entrega absoluta a la tersura del leer. Sin ciencia, sin enciclopedia, sin ficción capaz de explicar el mundo o el túnel de una supuesta entidad oscura, la literatura argentina tiene otro Oriente, posibilidades para viajar, vagando a pesar de los canónicos instalados que con sed reclaman.
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